Esa falsa alegría

 


    Inés era una chica alegre y dulce. Inés y la alegría eran una cosa única. Siempre soñaba en alto, soñaba con su vida en el futuro y hacía castillos de cartón e imaginaba que vivía como una princesa en ellos. Inés tenía un perro, lo encontró en la calle una mañana fría de invierno. “Te llamaré viernesle dijo al perro aquella mañana, y se lo llevó a casa. Antes de darle pan a su nueva mascota lo llenaba de besos. Los besos en el pan significaban el gran cariño que quería darle. Viernes, que era un perro especial, la miraba y parecía entender aquel Atlas de la geografía humana, que era su dueña. Se entendían a la perfección.

    Otra mañana de invierno, Inés visitaba la biblioteca, dejaba a Viernes en la puerta y se encontraba con El lector de Julio Verme. Él era todo lo contrario a Inés: el corazón helado y los aires difíciles. Pero Inés también daba besos en el pan para él lo había conocido en las tres bodas de Manolita, a él y a la madre de Frankestein, es decir, su madre. Y fue entonces cuando Inés y la alegría desaparecieron.

 

 

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