-Uy, no, yo no -refutó Jayla Nandi dando un paso atrás-. Al menos no de momento. Todavía quiero divertirme y… explorar y… ver qué mas hay ahí fuera que me gustaría hacer. Definitivamente no quiero quedar atada para tener que cuidar de un bebé antes de tener la oportunidad de probar un montón de otras cosas.

Dafina frunció el entrecejo, e instintivamente alcanzó a su crío con la trompa para acercarlo a ella. Se oyó un susurro de hojas justo detrás de ellas y apareció Ayesha, como si hubiera sido mágicamente transportada hasta allí.

-¡Mamá! -exclamó Jayla Nandi con estupor. Las dos hembras adultas intercambiaron sagaces miradas maternales antes de que Ayesa se pronunciara:

-Mi querida hija -empezó en un tono amable-, no tienes ni idea de cuán orgullosa me has hecho sentir en la últimas semanas. No creas que no hemos notado lo bien que te portas, y lo atenta que eres ahora con los más pequeños.

-Gracias, mamá.

-Pero cuando te oigo desestimar la importancia de la maternidad como acabas de hacerlo, en fin, realmente me rompes el corazón.

-Lo siento, mamá -dijo Jayla Nandi-. Esa nunca sería mi intención.

-Lo sé, cariño- reconoció Ayesha con la dulzura de las millones de madres que le habían precedido-. Pero ¿por qué, Jayla, por qué? ¿Por qué es tan difícil para ti ser como los demás?¿Por qué no puedes ser feliz quedándote con nosotras y olvidándote de la aventura y el placer por el riesgo que sienten los machos? Ellos al menos son más grandes y fuertes que tú, y tienen más posibilidades de sobrevivir en la selva. -El rostro de Ayesha se enterneció, y se tomó un instante para examinar a esa hija encantadoramente rebelde-. ¿Y por qué no comes más criatura? Estas muy delgada, eres puras orejas y trompa. ¡Estás en los huesos, por el amor de Dios!

-Explorar es mucho más divertido que comer -replicó Jayla Nandi-. Piénsalo, mamá.

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